sábado, 1 de enero de 2022

 

Siempre me gustó cantar.

Cuando era pequeña, lo cantaba todo. Los anuncios de la televisión, canciones en inglés (Madonna y Michael Jackson eran mis grandes fuentes de inspiración) y las típicas canciones infantiles que nos enseñaban en el colegio. Recuerdo algunas canciones que mi abuela paterna me enseñó; probablemente ella las aprendió cuando era pequeña. Las películas de Disney me proporcionaron muy buenos temas para mi repertorio.

A los 11 ó 12 años cantaba en el coro religioso del colegio donde estudiaba. Tengo muy buenos recuerdos de aquella experiencia.

Luego llegó la adolescencia y la cosa cambió. Bastante. Sin profundizar en el tema (dejemos los dramas para otra ocasión) digamos que, simplemente, el entorno familiar se desmoronó. Resumiendo: podía pasar días sin hablar con nadie. No lo necesitaba, no había nada que comunicar. La realidad dolía demasiado como para hacer otra cosa que no fuera evadirla.


La maternidad llegó a mi vida muy pronto y la chispa del canto volvió a prenderse. La música amansa a las fieras (aunque no lo he comprobado empíricamente) y reaparecieron las nanas, las canciones infantiles, el abecedario en inglés. Había que ensayar para los fines de curso y ahí estaba mamá; cantando, no sin sentir vergüenza, para motivar al peque a aprenderse la coreografía que tocaba ese año. También cantábamos los "openings" de las series que nos gustaban, muchas y muy diversas. Poco a poco y letra a letra fue apareciendo la voz callada.


Pero el gran detonante, la "gran resurrección" ocurrió durante mi primer temazcal.

Me atrevería a afirmar que lo que ocurrió aquella noche de octubre de 2020 estaba ya escrito en mi Historia: era mi primera vez, no tenía ni idea de lo que iba a pasar y no quise crearme ningún tipo de expectativa. Fuimos allí, a ver qué era aquello (igual algún día os cuento con detalle mi experiencia). La cuestión era que todo lo que viví aquella noche me resultó vagamente conocido, familiar. Dentro del inipi me sentí extrañamente cómoda, a pesar de mi incapacidad para permanecer tranquila en lugares pequeños y rodeada de gente. Cosas que pasan. Pero la verdadera magia empezó a ocurrir antes de entrar. 

Hicimos una serie de ejercicios antes de entrar al inipi ;  algunas asanas de Yoga, ejercicios de respiración y.... cantos! Canciones que hablaban de la Madre Tierra, los Cuatro Elementos, el Amor, la Humanidad, el sentimiento de hermandad, los ancestros. Había maracas, tambores, palos de agua, otros instrumentos que no conocía. Cantamos alrededor de un fuego. Recuerdo que elegí una maraca pequeña para seguir el ritmo. No sé qué bloqueo se rompió pero ahí estaba yo; cantando canciones que no conocía y agitando una maraca prestada. Una muy buena amiga se me acercó tras la rueda de cantos ( aprendí más tarde que aquello de cantar en círculo se llamaba así), muy sorprendida: me preguntó cómo era que no me había levantado de mi sitio a bailar durante los cantos, lo que hubiera sido lo más normal en mí. Solo pude responder que la maraca me había poseído.

Dentro del temazcal seguimos cantando, mucho. Y luego siguieron otras muchas experiencias con el canto. En marzo ya tenía mi tambor chamánico.


He aprendido y sigo aprendiendo cantos. Algunos son el legado de tribus originarias; otros han sido creados por gente extraordinaria y algunos los he canalizado yo misma.

Mi intención es contarte cómo la Medicina de los Cantos me ha ayudado a conectarme conmigo misma y con los demás. Por el camino te contaré ( y te cantaré ) cómo los cantos, el sonido y la vibración han formado parte de la Humanidad desde siempre.

 Y son Medicina.